Cuando Pixie muera

Eduardo Arcos
Eduardo Arcos
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4 min readJan 16, 2017

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Pixie llegó a mi vida un domingo de marzo, cuando apenas tenía dos meses. Absolutamente desconocedora de todas las cosas malas que sucedieron para que llegase a mi: el abandono de sus dueños en alguna carretera cerca de Toledo, recogida y después apartada en una perrera, sola en una jaula con menos de treinta días de vida. La primera vez que la vi, que sentí la temperatura de su cuerpo, la mirada del descubrimiento del mundo que solo tienen los perritos a esa edad y su facilidad de simplemente dormirse en mis brazos mientras regresábamos en el tren a casa me hizo saber que ella y yo iniciábamos un camino maravilloso que durará muchos años.

25 de marzo de 2012. Día 1.

Este texto lo escribo cuando Pixie está cumpliendo cinco años y creo que nos hemos descubierto mutuamente hasta entender la gran mayoría de nuestros comportamientos cotidianos. Se perfectamente los sonidos que la harán ladrar, cuáles son los ruidos de la TV que harán que emita un suspiro, se levante del sofá y se vaya a mi habitación a dormir más tranquila. La mirada de “quiero más comida”, los gestos que hace cuando no se quiere subir a mi coche porque quiere jugar un poco más. Se cuando tiene frío y prefiere dormir arropada, cuando no se la está pasando bien frente a extraños o cuando está asustada.

También se que es genuinamente buena, genuinamente fiel y genuinamente cariñosa. Descubro en ella los sentimientos de amor y protección más puros y desinteresados, un pequeño perrito que todo lo que quiere es dar cariño a quienes están cerca de ella porque con toda honestidad lo disfruta.

Pixie también ha descubierto quien soy yo. Conoce hasta mis hábitos más sutiles. Sabe cuándo iremos a trabajar a la oficina, entiende que estoy recogiendo las cosas para irnos a casa, cuando es hora de dormir, conoce mis momentos de felicidad y no se separa de mí cuando estoy triste. Sabe cuándo tendré que dejarla un rato sola en casa y cómo mirarme para que le de un poquito de queso, su comida favorita.

Pero es en los momentos que ella no está cuando descubro lo muchísimo que nos conocemos y el inmenso nivel de amor que es capaz de dar a quienes estamos a su alrededor, porque su presencia siempre se hace notar. Su personalidad, su mirada, sus gestos son tan expresivos que no me canso de escuchar a las personas diciéndome, todo el tiempo: “solo hace falta que hable”.

Para mi no hace falta, porque nos comunicamos todo el tiempo con miradas, gestos y pequeñas pero constantes acciones de bondad entre los dos.

El camino que Pixie y yo estamos recorriendo juntos nos ha llevado a descubrir las cosas buenas de aquellos que nos cruzamos durante esta larga aventura. Es capaz de sacar lo mejor que tienen las personas, de hacer relucir la calidad humana que pueden llegar a tener.

También hemos tenido que vivir momentos malos: prejuicios, burlas, comentarios desagradables, rechazos, desconocimiento manifestsado en cinismo amargo y gente desalmada que simplemente no entiende el valor de la vida. Que no entienden que mi vida sin Pixie no sería igual.

Mi vida sin Pixie no será igual cuando muera. Es tan duro amar sin condiciones a esa pequeña perrita llena de bondad y saber que seguramente tendré que verla morir. Que tendré que ayudarla a morir, a darle todo lo que haga falta en esas últimas semanas, días, horas. Es el compromiso más grande, más fuerte y más triste, que me llena de nostalgia aún hoy, con tantos años que nos quedan por delante.

Pero es lo correcto. Es lo mínimo que podría hacer por ella, que todo lo que quiere es darme amor, nunca separarse de mí y que yo siempre esté bien.

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Tecnología, cultura, ciencia, futuro y Apple. Director y fundador de @Hipertextual.